«De esa manera el Señor dio a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres, y la poseyeron y habitaron en ella» (Jos. 21:43).
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Aunque Moisés fue un gran líder, un hombre manso que caminó con Dios y le sirvió, sus ojos no vieron la tierra que Dios había prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Se lo impidió un triste episodio de desobediencia durante el largo peregrinaje en el desierto (Núm. 20:1-13). Luego de cuarenta largos años allí – años en los que a pesar de su desobediencia e infidelidad Dios proveyó para todas sus necesidades y les dio victoria sobre los enemigos – por fin los israelitas contemplan a la distancia la tierra que Él les daría como herencia.
Sin embargo, tomar posesión de aquel territorio no sería tarea fácil. Aunque sería su lugar de reposo, primero tendrían que pasar por luchas. Esa es la razón por la que en muchas de nuestras Biblias encontramos que a ese período de la historia de Israel se lo denomina «la conquista de Canaán» o «conquista de la tierra prometida». Les aguardaban enfrentamientos que también probarían su confianza en Dios. Se estaban adentrando en un mundo nuevo de ciudades fortificadas y ejércitos con experiencia y calibre militar. Pero esta era la tierra que Dios les había prometido que les daría y Él iba con ellos.
Para la tarea de conquista el Señor designó un nuevo líder, Josué, alguien que había aprendido junto a Moisés. Al comisionarlo, el Señor le recuerda la promesa hecha a su predecesor:
«Así como estuve con Moisés, estaré contigo. No te dejaré ni te abandonaré» (Jos. 1:5b).
No puedo evitar sentir gratitud y asombro ante la fidelidad de Dios que, como un hilo plateado, está entretejida en las páginas de nuestras Biblias.
Él es Dios con nosotros.
La conquista comenzaría por Jericó, una ciudad cuyo nombre significa «luna». Era una tierra fértil que yacía cerca de un rico manantial. Tenía un sólido sistema de defensa debido a sus muros altos. Josué es un buen estratega y por eso envía espías para explorar el terreno. Al llegar se dirigieron a un lugar que, a nosotros, lectores del siglo XXI, puede parecernos muy extraño. Se fueron a la casa de una mujer ramera. Sin embargo, esto tiene todo el sentido del mundo porque esa casa era probablemente una especie de hostal donde entraba y salía mucha gente. De ese modo, recopilar información sería sencillo. Tras una serie de eventos y ayudados por Rahab la ramera, los espías —que habían sido reportados al rey del lugar y perseguidos— logran escapar. Una vez junto a los suyos, los espías le informan a Josué: «Ciertamente, el Señor ha entregado toda la tierra en nuestras manos, y, además, todos los habitantes de la tierra se han acobardado ante nosotros» (Jos. 2:24).
¡Dios seguía con ellos!
Capturar Jericó sería una tarea fuera de lo común. Primero tendrían que cruzar el río Jordán. No se trataba de un riachuelo. Tampoco había puentes y durante esta época del año el río se desbordaba (Jos. 3:15). Ah, ¡pero [i]en la economía de Dios todo tiene un propósito y esta no sería la excepción! A sabiendas de que la conquista podría amedrentarlos e incluso hacerlos dudar, Dios tenía un plan para afianzar en los israelitas, una vez más, que Él estaba con ellos. Así que les dijo por medio de Josué:
«En esto conocerán que el Dios vivo está entre ustedes, y que ciertamente expulsará de delante de ustedes a los cananeos, a los hititas, a los heveos, a los ferezeos, a los gergeseos, a los amorreos y a los jebuseos. Miren, el arca del pacto del Señor de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de ustedes.
» Ahora pues, tomen doce hombres de las tribus de Israel, un hombre de cada tribu. Y sucederá que cuando los sacerdotes que llevan el arca del Señor, el Señor de toda la tierra, pongan las plantas de los pies en las aguas del Jordán, las aguas del Jordán quedarán cortadas, y las aguas que fluyen de arriba se detendrán en un montón» (Jos. 3:10-13).
Recordemos que se trata de una nueva generación de israelitas. Los que fueron testigos del milagro del mar Rojo fallecieron en el desierto. Los que contemplarían las aguas separadas del Jordán de seguro escucharon las historias de sus antepasados, pero ahora lo verían con sus propios ojos. Y tal como Dios lo dijo, sucedió…
¡porque Él estaba con ellos!
Ahora que estaban del otro lado, les aguardaba Jericó. De nuevo recibirían un plan nada convencional de parte de Dios. ¿Qué pensarías tú si Él te dijera que comenzaras a dar vueltas alrededor de un edificio de tu ciudad para derrumbarlo? No solo eso, deberías hacerlo durante seis días en silencio y al séptimo día tendrás que gritar lo más fuerte que puedas al son de las trompetas. Probablemente dudarías de ese plan y pensarías en las muchas otras maneras de derrumbar un edificio. Pues fue justo eso lo que Dios ordenó a Josué (Jos. 6). Para gloria de Dios, el pueblo obedeció sin chistar cada orden que fue dada por su nuevo líder.
Siete días más tarde, la ciudad fortificada cayó y fue destruida por completo. Solo a Rahab, la mujer que recibió a los espías y los escondió, se le perdonó la vida junto con su familia. Rahab, una mujer extranjera a quien Dios insertaría en la historia de la redención porque un tiempo después se casaría con un israelita, Salmón. Esta familia será parte del árbol genealógico del Salvador que vendría muchos siglos después: «Salmón fue padre de Booz, cuya madre fue Rahab; Booz fue padre de Obed, cuya madre fue Rut; y Obed fue padre de Isaí; Isaí fue padre del rey David» (Mat. 1:5-6).
Cuando leemos el final de esta narración, las palabras que hemos estado siguiendo desde el primer día vuelven a aparecer:
«El Señor estaba con Josué» (Jos. 6:27).
La promesa que le hizo cuando lo llamó a liderar la conquista, ahora quedaba ratificada ante todos. El pueblo podía tener la certeza de que, aunque Moisés ya no estaba, Dios seguía estando a su lado. Quedaba bastante claro que solo se trata de Él y Su promesa. A lo largo de la historia Él usará hombres y mujeres, también nos usará a nosotros si así lo entiende, pero pasaremos y nuestra misión terminará. Solo Él es eterno y permanece para siempre. Solo Él puede rescatar y salvar y cumplir aquella promesa de redención entregada en Edén.
El tiempo ha transcurrido y después de batallas perdidas y otras ganadas, por fin Israel se establece en Canaán y el Señor les da reposo de sus enemigos. Josué había envejecido y está listo para terminar su carrera. El liderazgo de Josué, aunque bueno, era solo un anticipo de otro líder que vendría, un líder todavía mejor. Me refiero a Aquel sobre quien fue hecha la promesa en Génesis 3.
Al igual que Moisés, Josué entrega su discurso de despedida en el que exhorta al pueblo a vivir en obediencia y no olvidar todo lo que el Señor había hecho a su favor y cómo los libró de los enemigos y peleó sus batallas. Les advierte lo que sucederá si deciden tomar su propio camino, ser infieles a Dios y quebrantar el pacto que tenían con Él. El pueblo se comprometió una vez más a adorar solo a Dios y servirle solo a Él. Lamentablemente, en muy poco tiempo esas palabras se las llevaría el viento. Se avecinaban tiempos tan oscuros y terribles como no habían vivido antes. El reposo se convertiría en zozobra. La alegría en llanto. Solo algo no cambiaría: Dios y Su Palabra permanecerían inconmovibles en medio de la historia volátil de Israel.
APLICACIÓN TEO
¿Cuáles son algunos ejemplos de la fidelidad de Dios que aprecias en la lectura de hoy?
¿Puedes traer a la memoria momentos de tu vida en que has visto la mano fiel de Dios obrar incluso en lo que parecía una situación imposible?
[i] Life Way / TG
Dios cumple, por amor a su nombre !