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EL SALVADOR Y AUTOR DE NUESTRA ESPERANZA

«Y en Su nombre las naciones pondrán su esperanza» (Mat. 12:21).



Ayer les comenté de cómo Mateo inicia su relato del nacimiento de Jesús. Otra versión bíblica traduce el comienzo así: «El siguiente es un registro de los antepasados de Jesús el Mesías, descendiente de David y de Abraham» (Mat. 1:1, NTV). Los judíos usaban las genealogías, es decir, los registros de nombres reconocidos como antepasados, para establecer el linaje, los derechos y la legitimidad de una persona. Mateo se asegura de que sus lectores comprendan que este Jesús del que les hablará no es un Jesús como cualquier otro, porque ese era un nombre común en su época. Por el contrario, se trata de Aquel que ellos esperaban, un descendiente de David y de Abraham, el Mesías anhelado por siglos. La palabra «Mesías» viene del hebreo Masiah, en griego Christos, y se traduce como «ungido». Particularmente en el contexto del Antiguo Testamento tiene relación con los representantes de Dios dentro de Su pueblo escogido, el pueblo del pacto.

Mateo dirá más adelante que un ángel le comunicó a José que María «dará a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados» (Mat. 1:21). Ese es el significado literal del nombre Jesús: Jehová es salvación; y es precisamente en esta declaración del ángel que encontramos el nombre de Jesús que nos transforma la vida:

Jesús

Salvador

Sin embargo, la gran mayoría de la gente del tiempo de Jesús no entendió tales implicaciones. ¿Salvación de qué? Aquella generación, como las que le precedieron, esperaba un Salvador; pero en sus mentes en realidad había un clamor que los llevaba en una dirección diferente: «Sálvanos de los romanos, sálvanos de la opresión, sálvanos de la esclavitud, de los impuestos, de la pobreza». No entendieron que la primera visitación de Jesús no tenía que ver con estos asuntos. La encarnación tuvo un propósito mucho más grande y eterno:

El perdón de los pecados.

La salvación de un mundo perdido.

El problema sigue siendo el mismo hoy. Muchos buscan a Jesús como Salvador, pero la salvación que quieren es diferente, demasiado pequeña y temporal. Algunos vienen a Él en busca de salvación de crisis económica, tal vez salvación de relaciones rotas y vidas frustradas, salvación del dolor de la enfermedad, o salvador de una tesis universitaria. ¿Sabes?, claro que Él puede hacer eso ¡y mucho más! Pero no fue solo con ese plan que Jesús el Salvador vino a nacer. Si así hubiera sido, nuestras vidas seguirían siendo el mismo manojo de problemas humanos que nos abruman una y otra vez.

¡No!

Jesús vino para salvarnos del pecado, es decir, de todo lo que nos separa de Dios.

Vino para salvarnos de nuestra incapacidad de acercarnos a un Dios que es santo, santo, santo.

Vino a salvarnos también de la muerte inevitable que el pecado trajo al mundo.

Él es un Salvador completo, definitivo.

No necesitamos otro.

¡Él es suficiente!

 

Jesús, el Salvador, vino para traer la esperanza que nunca termina, que no desfallece, que no depende de las circunstancias. Él es esperanza para todas las naciones. El profeta Isaías lo había anunciado varios siglos antes y Mateo nos lo recuerda en su Evangelio: «Y en Su nombre las naciones pondrán su esperanza» (12:21). La esperanza verdadera es Jesús. Él es el cumplimiento de todas las promesas que alimentan nuestra esperanza (2 Cor. 1:20). Nuestro Dios, como escribió el apóstol Pablo, es el Dios de la esperanza (Rom. 15:13).

Esta es justamente la esperanza bíblica que celebramos y recordamos en el tiempo de Adventus: Cristo. Nuestra esperanza descansa en la salvación que Él ofrece. No está en nada que hayamos hecho ni que podamos hacer, nuestra esperanza está en la obra misericordiosa de Cristo en la cruz. [i]Gracias a esa obra salvadora podremos recuperar lo que se perdió en Edén como consecuencia del pecado: vivir para siempre en la presencia misma de Dios. Cristo vino para establecer un puente por el que podemos caminar seguros y llegar al otro lado, más allá de esta vida, para poder mirar cara a cara al Dios que se hizo hombre y nació en un establo maloliente en un pueblito pequeño llamado Belén.

En Adventus también miramos a la esperanza futura:

«… que es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria» (Col. 1:27).

Cristo en nosotros produce esperanza en la gloria que nos aguarda, en la comunión eterna con nuestro Dios, en un mundo completamente redimido, hecho completamente nuevo. Al celebrar Adventus, todos nosotros los creyentes…

«… aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tito 2:13).

La esperanza nació aquella noche, no solo para una generación aplastada bajo el cruel dominio romano; nació para todas las generaciones que vendrían después. Una esperanza vigente para nosotros el día de hoy. En esa noche nació Jesús, el nombre ante el cual se doblará toda rodilla. El nombre que salva. No sé si alguna vez te ha sucedido, pero en más de una ocasión el dolor o el temor me han hecho quedar sin palabras. En ese momento todo lo que alcanzo a hacer es pronunciar ese nombre que no tiene igual:

¡Jesús!

En Su nombre hay salvación, hay esperanza.

Cristo, el Salvador, Dios con nosotros, hizo posible que los creyentes seamos un pueblo que puede vivir con una esperanza segura en todo momento. Al celebrar Adventus, recordemos nuestro llamado a compartir la esperanza del evangelio con un mundo que la necesita con desesperación y que no sabe dónde encontrarla.

 

APLICACIÓN TEO

Leamos Lucas 1:46-55. ¿Qué nos recuerdan estas palabras de María sobre quién es Dios? ¿Cómo ves en ese texto el cumplimiento del plan Redentor que inició en la eternidad?

 

 

 

 

 

 


[i] Life Way / TG

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