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¡AL MUNDO, PAZ!

«Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado, Y la soberanía reposará sobre Sus hombros. Y se llamará Su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Isa. 9:6).




 

¿Qué viene a tu mente cuando piensas en la paz? Tal vez es cuando dejen de existir las guerras entre las naciones o cuando no hay problemas en general. Quizá para ti la paz se iguala a la ausencia de conflictos relacionales o simplemente a un momento de silencio en la casa. A lo mejor la imaginas más en términos geográficos, como si ocurriera en un bosque donde solo se escuchan los trinos de aves y el movimiento suave de las hojas de los árboles movidas por la brisa. Paz para ti pudiera ser el vaivén de las olas en el océano o el sonido de su encuentro con la arena en la orilla de una playa desierta.


El concepto bíblico de la paz dista mucho de lo que imaginamos. Las palabras bíblicas para «paz» incluyen no solo la idea de reconciliación entre partes enemistadas sino el concepto de estar completo, como cuando estás construyendo una pared y faltan bloques. Cuando un judío usaba la palabra Shalom (paz en hebreo) estaba hablando de algo que va más allá de un estado mental. La idea implicaba bienestar, integridad, seguridad y favor.


Cuando el profeta Isaías recibió el mensaje de parte de Dios que citamos al comienzo, uno de los nombres que se darían al Salvador sería «Príncipe de paz». Todo lo que encierra la idea bíblica de la paz se resume en Cristo. Si Él no hubiera venido a nacer, si el Hijo de Dios no se hubiera encarnado, nunca conoceríamos la verdadera paz, ¿no te parece MARAVILLOSO? Seguiríamos buscando aquí o allá, encontrando solo la paz temporal, pero nunca la paz bíblica.

Ese era el tipo de paz sin Dios que había en Israel cuando Jesús vino al mundo. La llamada pax romana era el control que el imperio trataba de imponer por la fuerza sobre las naciones oprimidas y que era cualquier cosa menos verdadera paz.

El profeta Miqueas había escrito varios siglos antes: «Pero surgirá uno para pastorearlos con el poder del Señor, con la majestad del nombre del Señor su Dios. Vivirán seguros, porque él dominará hasta los confines de la tierra. ¡Él traerá la paz!» (Miq. 5:4-5, CST)

El mundo angustiado, rodeado de tinieblas, incompleto, sumido en los terribles efectos del pecado, recibió la esperanza de la paz verdadera y completa en la persona de Jesús. Pero Jesús no vino a traer la paz que muchos esperan o buscan. La paz de Jesús no es un tratado de no agresión entre naciones, ni la ausencia de conflictos en las relaciones humanas (al menos, no por ahora). La paz de Cristo es mucho más.

En aquella noche, bajo el cielo de Belén, los ángeles anunciaron que la paz había llegado, envuelta en pañales, para traer la reconciliación que se perdió en Edén: «De repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace”» (Luc. 2:13-14). Cristo hace posible la paz entre Dios y los hombres. Ese fue el mensaje que luego Pablo reafirmó: «Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5:1).

Cristo es la paz que puede tener nuestro corazón cuando la angustia y el dolor tocan a la puerta:

«Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).

Él es la paz cuando el temor asoma por la ventana y quiere atarnos de pies y manos: «La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo» (Juan 14:27). Cuando no podemos ni siquiera entender lo que sucede a nuestro alrededor, el Señor nos invita a orar con la garantía de su paz como respuesta:

«Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús» (Fil. 4:6-7).

En Adventus recordamos la paz que Cristo hizo posible con Su primera venida; pero anhelamos Su regreso cuando disfrutaremos de la paz completa, perfecta y absoluta. Mientras tanto podemos proclamar al mundo el evangelio de la paz, compartir con otros lo que Dios nos ha dado en Cristo.

 

La letra del viejo himno se hace eco de este mensaje:


¡Al mundo paz, nació Jesús!

Nació ya nuestro Rey;

el corazón ya tiene luz,

y paz, y paz Su santa grey.

¡Al mundo paz, el Salvador

en tierra reinará!

Ya es feliz el pecador,

Jesús perdón le da.


 

APLICACIÓN TEO


¿Ha cambiado de alguna manera tu comprensión sobre lo que significa la paz luego de esta lectura? ¿Cómo puedes aplicar este conocimiento a tus circunstancias actuales?

 


Glorioso eres,

Jesús El resplandor del Padre Desde la eternidad

Por tu Palabra todo hecho fue

Las cosas que creaste Revelan tu obrar

Y todo Tú lo hiciste para que Podamos ver

Coro

Glorioso eres, Jesús El mayor deleite,

Tú Poder inigualable Tu amor no tiene fin

No hay sacrificio igual

Viniste a tu vida dar

Día y noche nos unimos

Al canto celestial

Glorioso Jesús 

El polvo de la tierra

Viniste a respirar

Y con el quebrantado a habitar

Tú fuiste rechazado

Te hiciste maldición

Serás mi gozo por la eternidad

La eternidad

Estás sentado en gloria

A la diestra de Dios

La muerte Tú venciste

Y nos salvaste

Y aunque no puedo verte

Un día regresarás

Y todo enmendarás, al Tú venir

Y todo enmendarás, al Tú venir.8


 

8. Música y letra original por Bob Kauflin





[i] Life  Way / TG

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