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Operación Libertad

«Pero los israelitas pasaron en seco por en medio del mar, y las aguas les eran como un muro a su derecha y a su izquierda. Aquel día el Señor salvó a Israel de mano de los egipcios» (Ex. 14:29-30a).



Trata por un instante de imaginar la mezcla de emociones que los israelitas deben haber experimentado aquella noche histórica y única. Habían sido testigos de tantos sufrimientos, una opresión que los ahogaba y que no parecía terminar, el odio del faraón y también tantos milagros inexplicables y gloriosos a su favor. Pero ahora, esa misma noche… ¡por fin dejarían todo atrás! Algo que muchos desean... a lo que Dios hoy nos invita.

Una caravana de más de 600 000 personas marchaba hacia el desierto. El cuadro incluía hombres, mujeres, niños, animales, pertenencias, objetos de oro y plata donados por los egipcios y alimentos recolectados con premura. Moisés llevó consigo los restos de José, tal y como lo había pedido (Gén. 50:24-25). Dios levantó una columna de fuego (calefacción natural) que los guiaba en la oscuridad de la noche y una columna de nube (clima en el día) para marcar el camino durante el día. Aquel enjambre humano avanzaba hacia la libertad sin detenerse. Sin embargo, la saga no había terminado, Dios en Su soberanía, decidió endurecer el corazón de faraón una vez más. El resultado de toda esta liberación redundaría en mayor gloria para Él. A los egipcios no les quedaría duda de quién es el Señor. Pero este episodio marcaría también un hito para los israelitas, su fe sería probada.

Fue así como el ejército egipcio, apertrechado con sus mejores carros y oficiales, salió tras los israelitas. Con caballos y hombres de guerra avanzaron hasta alcanzarlos muy cerca del mar Rojo. El pueblo de Israel quedó sumido en terror al mirar a sus perseguidores acercándose en el horizonte. Tal era el miedo que comenzaron a reclamar a Moisés y cuestionar la decisión de abandonar Egipto (Ex. 14:11-12). La respuesta de Moisés no pudo ser mejor para ese momento tan dramático:

«No teman; estén firmes y vean la salvación que el Señor hará hoy por ustedes. Porque los egipcios a quienes han visto hoy, no los volverán a ver jamás. El Señor peleará por ustedes mientras ustedes se quedan callados» (Ex. 14:13-14).

¿Sabes lo que más admiro en su respuesta? ¡Moisés no lo tomó personal! Ni siquiera les respondió alegando que como líder sabía lo que estaba haciendo. Su respuesta puso a Dios en el centro. El Señor mismo era quien estaba al frente de esta «[i]Operación Libertad». Así que los llama a poner la mirada en el único protagonista y héroe de la historia quien ejecutaría tal salvación que los dejaría sin habla. Moisés era muy claro, pero es curioso que en solo unas horas los israelitas estuvieran padeciendo de amnesia, (algo que le pasa a algunos) Ellos habían visto a Dios actuar a su favor ante los egipcios. Habían sido testigos de cómo había librado a sus primogénitos de la muerte, cómo había guardado sus casas y sus cosechas durante las plagas, cómo no hubo tinieblas en su región. Pero el temor les estaba ganando la pelea, al punto de provocarles esta amnesia espiritual.

Nosotros también solemos olvidar muy fácilmente lo que sabemos y hemos presenciado de primera mano (tema central de NAVIDAD EN FAMILIA) . Olvidamos lo que conocemos sobre Dios. Ellos no tenían una Biblia escrita, como nosotros, pero tenían la historia desplegándose frente a sus ojos. Sin embargo, no era esto lo que estaban trayendo a su mente y corazón, sino que se dejaron amedrentar por las circunstancias.

¡Cómo nos parecemos a ellos! A menudo ocurre un corto circuito muy claro entre lo que decimos creer y lo que vivimos. Sabemos, por ejemplo, que la Biblia dice que Dios es fiel. Lo leemos una y otra vez, lo constatamos en cada narración. Incluso lo vivimos en muchos momentos de nuestra vida, pero cuando llega la prueba o cuando las circunstancias parecen fuera de control, es como si tuviéramos una amnesia repentina. Lo olvidamos todo. Por eso necesitamos aprender a hablar la verdad que conocemos a nuestro corazón. Esa es la razón por la que también nuestra mente debe llenarse de verdad. Sin lo segundo, no puede ocurrir lo primero.

Los israelitas estaban olvidando que Dios estaba con ellos. Lo había demostrado hasta ese momento y era evidente que no cambiaría; todo lo prometido se ha ido cumpliendo a pesar de tanta oposición. Por eso Moisés los exhorta a estar firmes. ¿Firmes en qué? ¡En creer que Dios lo haría otra vez! En que sería fiel a lo prometido. Dios completaría la obra que había iniciado.

Después de las palabras de Moisés, la columna de nube que antes estaba delante de ellos se colocó detrás. De ese modo quedaron fuera de la vista de los egipcios. Por orden de Dios, Moisés extendió su mano sobre el mar, un viento huracanado rugió y las aguas que se expandían ante ellos quedaron divididas. ¡No puedo ni imaginar las miradas de asombro! (¿Y tú?) Creo que con demasiada frecuencia leemos este relato y no nos detenemos a pensar en lo que realmente significaba. Toda una masa de agua separada en dos y convertida en dos muros inmensos a lo largo de un camino que de seguro tenía caracoles, corales y otros rastros de lo que se encuentra en el fondo del mar. Pues por allí caminaron. La caravana avanzaba presurosa hacia la libertad ante un escenario imposible de ignorar:

Dios partió el mar en dos.

¡Solo el Señor pudo hacerlo!

¡Él estaba con ellos!

Los perseguidores se lanzaron también por ese mismo camino para atrapar a los israelitas. Supongo que estaban igual de asombrados y temerosos, pero también demasiado enfocados en su misión como para detenerse. Era de madrugada cuando Dios creó un estado de confusión entre el ejército del faraón. Las ruedas de los carros se atascaban y apenas podían avanzar. Fue entonces que se dieron cuenta de que estaban luchando contra un contrincante en extremo poderoso:

«Entonces los egipcios dijeron: “Huyamos ante Israel, porque el Señor pelea por ellos contra los egipcios”» (Ex. 14:25b).

Era demasiado tarde. Dios ordenó a Moisés que nuevamente extendiera su mano. Con un fuerte rugido, el mar convertido en muro se precipitó de una vez y las aguas regresaron a cubrir la superficie. Sepultados en el fondo quedaron los carros, los caballos y el ejército de faraón. No quedó ni uno solo. El pueblo de Dios respiraba a salvo en la otra orilla, atónitos ante lo que acababan de presenciar. Los israelitas fueron protagonistas y testigos de otro milagro de salvación. Lo que Moisés dijo, se cumplió: El Señor había peleado por ellos. Aunque a estas alturas todavía no lo sabían, ellos eran un pueblo escogido y separado para una misión. Este rescate tenía implicaciones mucho más allá del momento que estaban viviendo. La Operación Libertad era parte de un plan mayor, la redención de este pueblo esclavo era una imagen de lo que sucedería siglos después.

La respuesta no se hizo esperar: «Cuando Israel vio el gran poder que el Señor había usado contra los egipcios, el pueblo temió al Señor, y creyeron en el Señor y en Moisés, Su siervo» (Ex. 14:31). Sin embargo, con el paso de los días se mostraría que, así como el mar se dividió, también se dividió el corazón de los israelitas (cuídate siempre de esto). La trayectoria en el desierto presentaría momentos definitorios para esta incipiente nación de lealtades cambiantes. En medio de todo estaba el Dios misericordioso, inamovible e inmutable obrando para hacer realidad la promesa jurada en Edén.

APLICACIÓN TEO

Lee Éxodo 15:1-21. ¿Qué nos dice sobre quién es Dios y lo que hace a favor de Su pueblo?

 

¿En algún momento te has visto frente a algo que parece imposible de sobrepasar, como los israelitas frente al mar Rojo y los egipcios en la retaguardia? ¿Cómo cambia hoy tu perspectiva después de leer esta historia?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


[i] Life Way / TG

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1 comentário


Giovanni A. Bermúdez Quijano
Giovanni A. Bermúdez Quijano
09 de dez. de 2024

Una victoria épica!

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