«Y el Señor dijo: “Ciertamente he visto la aflicción de Mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces, pues estoy consciente de sus sufrimientos”» (Ex. 3:7).
Los israelitas se multiplicaron, llenaron la tierra y se hicieron poderosos en Egipto (Ex. 1:6-7). La generación que convivió con José había quedado atrás. Todo lo que hizo a favor de aquella nación quedó tristemente en el olvido y un nuevo rey, que no sabía de José, se sintió amenazado por este otro pueblo vibrante que habitaba entre ellos (Ex. 1:8-10). Para evitar que adquirieran más poder y llegaran a ser sus enemigos, los oprimieron con trabajo forzado. Comenzaron a cobrar vida las palabras de Dios a Abraham que mencionamos ayer. ¿Lo recuerdas?
Sin embargo, cuando se trata de los planes de Dios, a menudo los resultados son impredecibles. La orden de faraón produjo un resultado impensado: «cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y más se extendían» (Ex. 1:12). Esa resiliencia provocó mayor opresión, al punto que «les amargaron la vida con dura servidumbre en hacer barro y ladrillos y en toda clase de trabajo del campo. Todos sus trabajos se los imponían con rigor» (Ex. 1:13-14). Estaban sufriendo a manos de un rey que era una personificación de la mismísima serpiente que conocimos en Génesis, ¿recuerdan?
Su próximo paso fue aún más cruel porque decretó la muerte de todos los bebés varones que nacieran dentro del pueblo de Israel. Esta orden era tan inhumana que las parteras egipcias encargadas del pueblo hebreo temieron a Dios y no se hicieron cómplices de tal genocidio. Dios les mostró favor por tal decisión (Ex. 1:21) y el pueblo continuó creciendo.
No debemos olvidar que este es el pueblo a través del cual Dios bendeciría a todas las naciones de la tierra. A través de ellos vendría quien destruiría a la serpiente. Entonces, no es extraño que el maligno intente usar todo lo que fuera necesario para destruirlos. El faraón aumentó todavía más su maldad y decretó que todo hijo varón fuera arrojado al Nilo (Ex. 1:22). Soy padre y no puedo ni imaginar la angustia permanente de imaginar que si era varón el BB que crecía durante un embarazo, su destino seria triste. El sufrimiento estaba alcanzando proporciones desgarradoras e insuperables. Pero Dios no estaba ajeno al dolor de Su pueblo. El plan está en acción y Dios no tardará en manifestarse con poder.
Mientras tanto, una mamá desesperada colocó en una canasta al bebé varón que Dios le había dado y lo ocultó entre los juncos del río. Supongo que su esperanza era que algo sucediera que impidiera la muerte de su hijo. Por la providencia de Dios, ese bebé terminaría no corriente abajo, sino en la casa del propio faraón. Su hija lo encontró y sintió compasión por el pequeño. Lo menos que la mamá de este bebé imaginaba era que podría amamantarlo, criarlo, ¡y encima recibir un salario por hacerlo! Este es un dato importante porque el pueblo hebreo vivía esclavizado. Un salario implicaba un mejor sustento para la familia. No te parece increíble el plan de Dios.
La hija del faraón llamó Moisés al bebé que encontró entre los juncos del Nilo. Este nombre en hebreo suena como el verbo «sacar» y en egipcio se asemeja a la palabra «hijo». Fue por providencia divina que Moisés creció entre el esplendor del palacio faraónico, pero también conoció su herencia como israelita. Aunque vivió entre la nobleza egipcia, eso no le impidió ser testigo del sufrimiento de sus compatriotas. Un día tomó la justicia en sus manos y mató a un egipcio abusador. Como nada hay oculto debajo del sol, alguien lo vio y el acontecimiento llegó a Faraón, quien no lo iba a pasar por alto. La única alternativa era huir y eso fue lo que hizo. Dejándolo todo se fue hacia la tierra de Madián, muy lejos de Egipto.
Al llegar, se sentó junto a un pozo y allí tuvo un encuentro que, al final, resultó en matrimonio. El sacerdote del lugar, en lo que parece una muestra de gratitud por la ayuda brindada, le dio a una de sus hijas en matrimonio. Moisés las había defendido ante el maltrato de unos pastores (Ex. 2:16-22). El tiempo pasó, en Egipto murió [i]el faraón y los israelitas clamaban a Dios a consecuencia de su sufrimiento. Así como leímos en el relato de Noé, Dios se acordó, pero en este caso se acordó del pacto que había hecho con Abraham (Ex. 2:24). Es importante recalcar que no significa que los hubiera olvidado, sino que es la manera bíblica de decirnos que Dios va a actuar y acudirá en su ayuda: «Dios miró a los israelitas y los tuvo en cuenta» (Ex. 2:25). Esta afirmación nos sirve a todos, como recordatorio de que Él siempre nos observa y nuestro dolor no le es ajeno. Él es El Roi, «un Dios que ve».1
Moisés se dedicó al trabajo pastoral durante su estancia en Madián. Mientras apacentaba el rebaño de Jetro, su suegro, llegó a un monte que luego conoceremos como el monte Sinaí. Allí ocurre algo demasiado extraño como para no llamar la atención de quien lo presenciara. Una llama de fuego ardía en medio de una zarza, pero la planta no se quemaba. Lo que estaba a punto de suceder transformaría la vida de Moisés para siempre. La historia de redención alcanzaría otro momento cumbre porque Moisés tiene un encuentro con Dios en ese lugar. Las primeras palabras que escucha son un recordatorio del pacto hecho siglos atrás:
«Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. […] Ciertamente he visto la aflicción de Mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces, pues estoy consciente de sus sufrimientos. Así que he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y para sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al lugar de los cananeos, de los hititas, de los amorreos, de los ferezeos, de los heveos y de los jebuseos.
Y ahora, el clamor de los israelitas ha llegado hasta Mí, y además he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ahora pues, ven y te enviaré a Faraón, para que saques a Mi pueblo, a los israelitas, de Egipto» (Ex. 3:6-10).
Pero Moisés había salido huyendo de Egipto por temor a Faraón, ¿cómo iba a regresar? Los egipcios lo querían matar y entre los israelitas tampoco había sido muy popular. Ahora era solo un pastor que no tenía ni los medios ni la preparación para enfrentarse a alguien así. Al menos, eso era lo que Moisés creía y, claro, por sus propios medios era imposible. No obstante, Dios tenía una respuesta muy diferente para todos sus temores, una respuesta que es a la vez el tema de la historia que la Biblia nos narra y que estamos siguiendo en estos 24 devocionales. Mira cómo responde Dios para acallar los temores de Moisés: «Ciertamente Yo estaré contigo» (Ex. 3:12).
El Dios que ha estado con Su pueblo desde el principio, estaría ahora también con él. Sin embargo, Moisés suponía que su pueblo probablemente dudaría si tan solo se presentaba y les decía que el Dios de sus antepasados lo había enviado a ellos. De seguro no había olvidado que ellos lo rechazaron cuando trató de ayudarlos. Moisés le plantea esa duda y la respuesta de Dios es contundente:
«Y dijo Dios a Moisés: “YO SOY EL QUE SOY”, y añadió: “Así dirás a los israelitas: ‘YO SOY me ha enviado a ustedes’”. Dijo además Dios a Moisés: “Así dirás a los israelitas: ‘El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes’. Este es Mi nombre para siempre, y con él se hará memoria de Mí de generación en generación”» (Gén. 3:14-15).
Hasta este momento Dios no se había revelado a sí mismo de esa manera. Ahora dio a conocer Su nombre más sagrado, el más personal, el que aludía a la relación que estaba estableciendo con los suyos. Es el nombre que en muchas Biblias se ha traducido como Jehová o Yahvéh, y en muchos otros casos como EL SEÑOR. Dios estaba anunciando con este nombre que Él es el Dios de la historia, que está con ellos y que estaría con ellos porque otra manera de traducir «Yo soy el que soy» es «Yo soy el que seré».2 Dios estaba revelando Su carácter eterno y Su intención de ser fiel al plan de redención que desde el comienzo había prometido a Su pueblo.
Dios designó de forma soberana a Moisés, el niño al que preservó la vida entre los juncos del Nilo, para liderar la misión de rescate y cumplir con lo que había dicho a su antepasado Abraham. Estaba por terminar el sufrimiento bajo la personificación de la serpiente en Egipto.
El gran YO SOY
estaba con ellos.
¿Conoces a ese Dios poderoso y eterno? ¿Cómo? (Dialoguen) Su nombre no cambia porque Él es inmutable. Él prevalece por generaciones, desde la eternidad hasta la eternidad.
Cuando la vida sea difícil y no parezca tener sentido, recuerda Su nombre «YO SOY». Cuando la soledad nos embargue, ten en cuenta que Él fue, Él es, Él está, Él estará. Cuando no sepamos qué depara el futuro y nos asuste, trae a tu corazón la verdad de la Escritura revelada en este nombre «YO SOY». Dios ya está en el futuro y también está a nuestro lado.
APLICACIÓN TEO
Lee el Salmo 46. Usa sus palabras para meditar y orar con gratitud a Dios por quién Él es. Anota las palabras que mas te impactan.
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1. Estas fueron las palabras de Agar cuando fue rescatada por el Señor en el desierto cuando huía de Sara Gén. 16:13
[i] Life Way / TG
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