«Además, el Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes, para que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas» (Deut. 30:6).
La travesía que pudo haber durado unas cuantas semanas se convirtió en cuarenta largos años, (me pregunto a cuantos nos ha psado esto). El pueblo vagaría por el desierto debido a su desobediencia. Todo comenzó donde los dejamos ayer, frente al monte Sinaí.
Moisés había subido al monte por orden de Dios para recibir, por escrito, toda la ley que regiría a este pueblo. Mientras tanto el pueblo aguardaba. El tiempo transcurría y se impacientaron. Este es uno de los episodios más tristes y oscuros de su historia. Tal vez recordaron su herencia egipcia y por eso decidieron pedir a Aarón que les hiciera un dios que pudieran ver. Lamentablemente, Aarón cedió a la presión del pueblo. ¡Nada hay nuevo debajo del sol! Es demasiado fácil querer agradar a la gente y buscar su aprobación (¿les ha pasado eso a Uds.?) Ese deseo de agradar, aunque no sea de oro, también es un ídolo; un ídolo que, en aquel momento, movió el corazón de Aarón. Así fue como fundió un becerro con el oro del pueblo y lo proclamó como dios entre las familias de Israel. No uses los recursos que Dios te da (oro) para que aquellas cosas que te apartan del que TE dio.
Como es de esperarse, este acto de infidelidad encendió el enojo de Dios. ¡Tan pronto lo habían traicionado! ¡Tan pronto habían olvidado al que los rescató y los trajo a libertad! Era un pueblo de corazón duro y su destrucción podía ser inminente: «El Señor dijo además a Moisés: “He visto a este pueblo, y ciertamente es un pueblo terco. Ahora pues, déjame, para que se encienda Mi ira contra ellos y los consuma…”» (Ex. 32:9). Moisés actúa de nuevo como mediador e intercede a favor de los israelitas, suplica a Dios por misericordia. Claro está, no lo hace sobre la base de los méritos del pueblo, porque no tenían ninguno. Moisés apeló al carácter de Dios: Su fidelidad a Su pacto y a Sus promesas (Ex. 32:11-13). Dios se apiadó de ellos.
Casi un año después llegó el momento de continuar la marcha. Los israelitas salieron del desierto del Sinaí [i]siguiendo la nube que había estado sobre el tabernáculo. Israel no había aprendido la lección. La ingratitud estaba cobrando fuerzas nuevamente y ganando aliados entre los viajeros. El trayecto era difícil y el pueblo empezó a quitar la mirada del Dios que los guiaba y comenzaron a murmurar y quejarse. En respuesta, Dios envió fuego al campamento. Aterrados acuden a Moisés para que, otra vez, interceda a su favor ante el Señor. El fuego se apagó.
Pero como los humanos tenemos un grave problema de memoria, no pasó mucho tiempo para que regresaran a la queja. Ahora era por la comida. ¡Sin duda nuestro carácter se manifiesta tal cual es en la dificultad! El pueblo no se quejaba porque no tuvieran qué comer. Dios había sido fiel en proveer alimento, el maná del cielo que cada día aparecía en el campamento. Su queja era porque extrañaban los supuestos manjares que habían tenido en Egipto. ¡En Egipto, el lugar donde habían sido esclavos! En sus palabras podemos percibir el desprecio hacia la provisión de Dios, (¿en algún momento has despreciado lo que Dios te dado?)
«… ¿Quién nos dará carne para comer? Nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, de los pepinos, de los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; pero ahora no tenemos apetito. Nada hay para nuestros ojos excepto este maná» (Núm. 11:4b-6).
Literalmente sus palabras fueron: «no tenemos nada que comer, se nos ha quitado el apetito, solo tenemos este maná frente a nuestros ojos». Vienen a mi mente de inmediato las palabras del apóstol Juan: «la pasión de los ojos» (1 Jn. 2:16). Sus estómagos estaban llenos, pero los ojos no estaban satisfechos porque no estaban puestos en el Dios proveedor que permanecía fielmente con ellos. La ira de Dios se encendió una vez más. La ingratitud es abominable para Aquel que nos da sin que merezcamos nada. En esta ocasión, en lugar de traer fuego al campamento o pulverizar a los israelitas, Dios les dio lo que sus ojos anhelaban. Les trajo la carne que pedían, ¡tanto así que les saldría por las narices! Y eso fue lo que sucedió. Además, el Señor hirió al pueblo con una plaga y murieron los que habían sido codiciosos (Núm. 11:34). El corazón duro seguía manifestándose. Aunque el pueblo había sido rescatado de la esclavitud en Egipto, su alma seguía presa en el pecado.
El tercer episodio de protesta lo encontramos nada más y nada menos que entre los hermanos de Moisés (Núm. 12). Miriam es conocida como una profetisa (Ex. 15:20) y Aarón no solo era sacerdote de Israel, sino que había sido la mano derecha de Moisés durante todos los encuentros con faraón en Egipto. ¡Qué buena advertencia para nosotros! Nadie está exento de pecar. Fueron los celos los que provocaron la murmuración entre ellos. Miriam y Aarón cuestionaron la posición de liderazgo de Moisés. Pensaron que nadie los oía, ¡pero Dios los escuchó! Y el pecado fue castigado. Miriam quedó leprosa y Aarón en una posición lamentable. Sin embargo, el Dios de misericordia escuchó a Moisés quien, otra vez, se presentó como intercesor. Luego del tiempo requerido por la ley, Miriam, ya sanada, regresó al campamento y el pueblo pudo proseguir la marcha.
Vez tras vez encontramos un cuadro de rebelión y desobediencia. El pueblo que había salido de Egipto ahora escucharía el anuncio de un tiempo de exilio futuro. Este sería el juicio de Dios porque lo que sucedió en el desierto no fueron eventos aislados y trágicos que dejarían atrás, sino el patrón que caracterizaría al pueblo de Israel. No obstante, el Señor no reduciría Su misericordia y no acortaría Su plan, sino que, junto con el anuncio del juicio, también vendría la promesa del regreso a casa (Deut. 30:1-5) y de la restauración:
«… el Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes, para que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas» (Deut. 30:6).
Con estas palabras Dios les está anunciando Su participación en un nuevo pacto, un pacto donde los corazones serían transformados para hacer posible la obediencia. No lo perdamos de vista. No podemos amar a Dios por nuestra propia cuenta, nuestros corazones son incapaces de hacerlo. El mismo Dios les hace saber que amarlo de esa manera, con todo el corazón y con toda el alma, escapa del alcance de hombres y mujeres pecadores. Necesitan un corazón nuevo, un corazón de carne que sustituya al de piedra. Esa misma promesa la volverían a escuchar muchos siglos después de boca de los profetas, durante los años de sufrimiento y exilio. ¿Cómo sería posible ese corazón nuevo, esa circuncisión del alma? La promesa de Génesis sigue en pie y la historia de Dios con nosotros así lo muestra. El Salvador tendría que venir. Mientras, Dios sigue obrando.
APLICACIÓN TEO
¿Has luchado con el pecado de la ingratitud? ¿Qué nos enseña la lectura de hoy sobre lo que significa para Dios un corazón ingrato?
Aprovecha esta oportunidad y menciona algunas cosas específicas por las que puedes agradecer a Dios en este día.
[i] Life Way / TG
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