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UN REINO ESPLÉNDIDO FRACTURADO

  • Writer: TG iglesia
    TG iglesia
  • Dec 16, 2024
  • 5 min read

Updated: Dec 18, 2024

«Y responderán: “Por qué ha hecho así el Señor a esta tierra y a esta casa?”. Y responderán: “Porque abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los sacó de la tierra de Egipto, y tomaron otros dioses, los adoraron y los sirvieron; por eso Él ha traído esta adversidad sobre ellos”» 1 Crón. 7:22

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David estaba próximo a morir cuando nombró a su hijo Salomón como el sucesor al trono. Durante sus palabras de despedida lo exhorta a caminar en fidelidad y obediencia a Dios. También le recuerda el pacto que Dios había hecho (1 Rey. 2:1-4). Así entonces, «Salomón se sentó en el trono de David su padre y su reino se afianzó en gran manera» (1 Rey. 2:12).

Al comienzo todo parecía marchar de maravillas. Dios le presentó a Salomón la oportunidad única de pedir cualquier cosa que quisiera. Salomón respondió pidiendo sabiduría para conducir al pueblo y gobernarlo bien. Dios se agradó ante tal petición:


«[Dios] dio a Salomón sabiduría, gran discernimiento y amplitud de corazón como la arena que está a la orilla del mar. Y la sabiduría de Salomón sobrepasó la sabiduría de todos los hijos del oriente y toda la sabiduría de Egipto. […] Y venían de todos los pueblos para oír la sabiduría de Salomón, de parte de todos los reyes de la tierra que habían oído de su sabiduría» (1 Rey. 4:29-30, 34).


El rey mandó a construir un palacio para sí y también edificó el templo, tal y como Dios había anunciado a David. La Escritura lo describe como un edificio de belleza colosal, imponente, con un altar de oro y paredes revestidas del mismo material, querubines tallados en madera de olivo, adornos de piedras preciosas, columnas de bronce, puertas de oro y bronce. Fue una obra maestra que se completó en siete años. Por fin llegó el día, ¡trasladarían el arca al templo y este sería dedicado al Señor!


Sumergidos en el aroma penetrante de los sacrificios, el pueblo presenció el traslado del arca por manos de los sacerdotes quienes lo colocaron en el Lugar Santísimo, una recámara especial en la parte más interior del templo. En ese instante, una nube densa inundó el lugar, ¡la gloria del Señor estaba en medio de los suyos! Así como habitó en el huerto de Edén y en el tabernáculo del desierto, ahora Dios otra vez estaba presente. Salomón oró delante de todo el pueblo para dedicar aquel templo que habían construido:

«Y dijo: “Oh Señor, Dios de Israel, no hay Dios como Tú ni arriba en los cielos ni abajo en la tierra, que guardas el pacto y muestras misericordia a Tus siervos que andan delante de Ti con todo su corazón, que has cumplido con Tu siervo David mi padre lo que le prometiste; ciertamente has hablado con Tu boca y lo has cumplido con Tu mano como sucede hoy. Bendito sea el Señor, que ha dado reposo a Su pueblo Israel, conforme a todo lo que prometió. Ninguna palabra ha fallado de toda Su buena promesa que hizo por medio de Su siervo Moisés”» (1 Rey. 8:23-24, 56).


Por fin el pueblo de Dios estaba en el lugar que Dios había prometido, gozaban de bienestar y prosperidad bajo el gobierno de Dios pues el arca estaba en el templo como representación de Su presencia. El reino de Salomón fue tan fructífero como ninguno; la riqueza sobreabundaba y la paz rodeaba a la nación de Israel. Ante los ojos de cualquiera que conociese las promesas y contemplase este cuadro, ¡el plan de Dios para Israel se ha cumplido en el reinado de Salomón! ¿Sería posible?


La continuación del relato bíblico pone fin a esa esperanza. Salomón escogió un camino que terminaría en destrucción tanto para sí mismo como para su reino. En una decisión nada sabia, unió su corazón al de muchas mujeres extranjeras que lo arrastraron a la adoración de falsos dioses. Era el comienzo de una espiral descendiente de desobediencia. Estas mujeres pertenecían a los pueblos con los que Dios les había prohibido hacer alianza. Salomón se alejaba cada vez más del Dios de su padre David y como la desobediencia a Dios siempre tiene consecuencias, Su respuesta no tardó:

«Y el Señor dijo a Salomón: “Porque has hecho esto, y no has guardado Mi pacto y Mis estatutos que te he ordenado, ciertamente arrancaré el reino de ti, y lo daré a tu siervo. Sin embargo, no lo haré en tus días, por amor a tu padre David, sino que lo arrancaré de la mano de tu hijo. Tampoco arrancaré todo el reino, sino que daré una tribu a tu hijo por amor a Mi siervo David y por amor a Jerusalén la cual he escogido”» (1 Rey. 11:11-13).


La paz que disfrutaban llegó a su fin, Dios mismo levantó adversarios contra Salomón. Tras su muerte, dejó de existir el reino unido producto de la inmadurez de su hijo. Ya Israel no sería una nación sino dos, el reino del norte y el reino del sur. Roboam, hijo de Salomón, asume las riendas como rey de las tribus del sur, Judá y Simeón. El norte quedaría, de acuerdo con lo que Dios había dicho, bajo el gobierno de Jeroboam, hijo de una sierva del rey Salomón.


De ahora en adelante estas dos pequeñas naciones vivirán tiempos mayormente turbulentos. Hubo algunos períodos muy breves, particularmente en Judá, donde los reyes, descendientes de David, hicieron lo recto ante los ojos del Señor. Ese fue el caso de Josías, un joven monarca que protagonizó una reforma religiosa que permite reencontrar los rollos de la ley que habían quedado extraviados en un rincón del templo. No obstante, la mayoría de los reyes tanto en el norte como en el sur fueron malvados, idólatras y bajo sus liderazgos condujeron al pueblo a la ruina. La maldad de algunos de estos gobernantes podría ser material para la más siniestra de las novelas.


La tierra quedó plagada de lugares de adoración pagana. Ambos pueblos se consagraron al servicio de supuestas deidades cuyos seguidores practicaban todo tipo de inmoralidad. Y es en medio de este caos que Dios levanta voces valientes que sufrieron el desprecio, la persecución, el maltrato y hasta la muerte. Entran en escena los profetas que escribieron los mensajes que hoy tenemos en nuestras Biblias. Aunque cuando pensamos en ellos tendemos a asociarlos con mensajes futuristas, esa no era la función principal de estos hombres de Dios. Ellos eran una voz que llamaba al pueblo a que regresara a la ley, a la obediencia, fidelidad y adoración al Señor. Los profetas le recordaban al pueblo las promesas de Dios, promesas de bendición al vivir obedeciéndole y también el juicio de Dios como consecuencia de la desobediencia.


Lamentablemente, los mensajes de los profetas cayeron en oídos sordos. No había temor de Dios en los corazones del pueblo. El juicio anunciado estaba a las puertas. Primero el reino del norte fue tomado por Asiria en el año 722 a. C., cuando Peka era rey de Israel. Luego, en el año 587 a. C., los babilonios invadieron Judá, se llevaron cautivo a su rey y posteriormente a la mayoría del pueblo. Jerusalén quedó destruida y el templo consumido por las llamas. Los invasores llevaron consigo un gran botín que incluía todos los utensilios de oro, plata y bronce del majestuoso templo que edificó Salomón. Perecía entre los escombros no solo la identidad política de Israel sino también su identidad religiosa.


Otra vez la esperanza del rey prometido —descendiente de la simiente de Eva, Abraham y David— parece escurrirse entre las corrientes del tiempo; pero Dios no los ha olvidado, Él es fiel a Su pacto. Aunque todavía faltarían muchos años y acontecimientos para que esto se hiciera realidad, en el horizonte hay expectativa.

 

APLICACIÓN TEO


Piensa en la situación política de tu país. ¿Ves alguna similitud con lo que está ocurriendo en la historia de Israel?

¿Cómo conocer el obrar de Dios en medio de todas estas circunstancias puede producirnos esperanza al observar nuestra propia realidad?

 

Salmo 2 y ora con sus palabras

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