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Día 1 EN EL PRINCIPIO



«En el principio Dios creó los cielos y la tierra» (Génesis. 1:1)

 

Piensa por un momento en lo más hermoso que hayas visto alguna vez. Algo que te dejó sin habla y que, en ese instante, quisiste que se grabara en tu memoria para poder regresar —aunque solo fuera en tu mente— y revivir lo que pudiste captar con tus ojos. Yo recuerdo la primera vez que estuve frente a las cataratas del IGUAZU[i] en la triple Frontera (Paraguay, Argentina y Brasil). Estábamos celebrando la Navidad en Familia en Paraguay, y mi Consiervo me llevo.  El crudo verano en el Cono Sur se hacía más intenso en ese lugar, pero la expectativa nos mantenía emocionados. Caminamos por una calle que bordea el río, aunque a muchos metros de altura. Desde lejos se escuchaba el estruendo del torrente de aguas que cae con fuerza y, al hacerlo, produce una bruma que convierte el cuadro en un paisaje mágico. El asombro nos embargó cuando nos acercamos y por fin pudimos ver las cataratas.

Desde la baranda que corre a lo largo de la calle junto a la acera, siempre atestada de turistas, nos quedamos observando la infinidad de metros cúbicos de agua que caen constantemente y que, al llegar al borde del precipicio, se lanzan a lo que parece un abismo inmenso y producen las majestuosas cataratas. Una cosa es verlas en películas o documentales y otra muy diferente es contemplar en vivo tan impresionante maravilla de la creación. Sin embargo, todo lo que podamos ver de este lado del sol, por muy hermoso e imponente que sea, no es sino un recuerdo borroso de aquel mundo que comenzó originalmente en el Edén.

El relato de la creación se vuelve a veces tan familiar que obviamos su magnitud y deja de asombrarnos. Pero piensa en sus detalles deslumbrantes por un momento. Dios lo hizo todo de la nada. El mundo fue hecho, y de manera perfecta, con tan solo pronunciar palabras.

Cierra los ojos y trata de imaginar un jardín cubierto de flores hermosas sobre el manto verde de la hierba fresca. Un cielo azul radiante surcado por aves coloridas. A tus oídos llega el sonido arrullador del agua cristalina y fresca del río que Dios dispuso para regar la tierra. Si levantas la mirada, los árboles frondosos cargados de frutos atractivos y deliciosos llenan el lugar. A Su sombra se pasea toda clase de animales que conviven en perfecta armonía. Al llegar la noche, un manto de estrellas incontables engalana el firmamento donde la luna preside. El sol esplendoroso se levanta al amanecer y con sus rayos tibios ilumina todo. Y, en medio de toda esta obra definida por el Señor como muy buena, está la cúspide de Su obra creadora. Dios colocó allí dos criaturas especiales, diferentes de todas las demás:

«Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra”. Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”» Génesis. 1:26-28

El relato no nos muestra ningún otro ser que llevara impresa la imagen de Dios. Ninguna de las criaturas que habitaba aquel jardín perfecto era portadora de Su imagen, excepto estos dos. Tú y yo somos descendientes de esos primeros humanos. También hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, somos un reflejo de Él. No sé si te has detenido a pensar en profundidad en esa realidad. Va más allá de la comprensión humana el hecho de que el Dios Creador del universo haya puesto de sí en nosotros. Debido a esa realidad es que amamos, creamos, experimentamos alegría y tristeza, por eso nos asombramos ante la belleza, nos relacionamos con otras personas y también cultivamos la tierra y tenemos jurisdicción sobre la obra de Dios.

Génesis dice que Dios los creó y les entregó una ubicación maravillosa como un hermoso regalo. Era un lugar perfecto donde nada faltaba. Un lugar que podían disfrutar, explorar, también administrar y hacerlo productivo para albergar a la familia que ahora acababa de comenzar; allí se multiplicarían seguros porque contarían con todo lo necesario para prosperar. En ese lugar todo era bueno ¡y bueno en gran manera! (ver Gén. 1:31). Pero, sobre todas las cosas, se trataba de un lugar donde tendrían comunión continua con el Creador.

El jardín del Edén fue creado para que la criatura conociera al Creador, disfrutara estar en Su presencia y viviera para Su gloria.

Dios así lo hizo por Su sola bondad. No lo necesitaba porque Dios existe en sí mismo, es perfecto y no necesita nada más para estar completo y satisfecho. Dios nunca se ha sentido solo ni ha tenido falta de nada. De hecho, la Escritura nos enseña que el Padre y el Hijo disfrutaban comunión entre sí desde antes de la fundación del mundo (Juan 17:24). Sin embargo, se deleitó en crearnos y en crear un mundo hermoso que sería nuestra casa y donde Él habitaría con nosotros. No nos puso en este bello planeta azul para dejarnos a la deriva. El plan siempre ha sido el mismo, es decir, Dios permaneciendo con nosotros porque somos Sus criaturas y lo único que realmente satisface nuestras almas es habitar en Su presencia. Sin Él, simplemente perecemos, como veremos en breve.

La siguiente página en la historia de la humanidad es triste, dolorosa y lo cambió todo. Los días de hermosa perfección, de comunión ininterrumpida entre Creador y criatura estaban por terminar. Sin embargo, no todo estaba perdido.


Para reflexionar



Te invito a meditar en el siguiente pasaje del libro de Salmos. Léelo en voz alta, ora con él. Alaba al Dios de la creación, al Dios que nos creó con propósito, Dios con nosotros.

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Salmo 8

«¡Oh Señor, Señor nuestro, Cuán glorioso es Tu nombre en toda la tierra, ¡Que has desplegado Tu gloria sobre los cielos!

Por boca de los infantes y de los niños de pecho has establecido Tu fortaleza, Por causa de Tus adversarios, Para hacer cesar al enemigo y al vengativo.

Cuando veo Tus cielos, obra de Tus dedos, La luna y las estrellas que Tú has establecido, Digo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, Y el hijo del hombre para que lo cuides?

¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, Y lo coronas de gloria y majestad!

Tú le haces señorear sobre las obras de Tus manos; Todo lo has puesto bajo sus pies:

Todas las ovejas y los bueyes, Y también las bestias del campo, Las aves de los cielos y los peces del mar, Cuanto atraviesa las sendas de los mares.

¡Oh, Señor, Señor nuestro,

 

 

 

 

 

 

 

 


[i] Life Way / TG

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2 Comments


TG iglesia
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Dec 02, 2024

Por darle el verdadero sentido a la Navidad !

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Giovanni A. Bermúdez Quijano
Giovanni A. Bermúdez Quijano
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