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CELEBRACIÓN

«Y cuando sus hijos les pregunten: “¿Qué significa este rito para ustedes?”, ustedes les dirán: “Es un sacrificio de la Pascua al Señor, el cual pasó de largo las casas de los israelitas en Egipto cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas”» (Ex. 12:26-27).



 

Los hechos que se desencadenan en el próximo capítulo de la historia de redención constituyen una batalla entre el bien y el mal, entre la simiente de Eva y la simiente de la serpiente. La misión de rescate liderada por Moisés y orquestada por Dios constituye uno de los momentos más emocionantes en la vida del pueblo de Israel.

Dios fue muy bondadoso, tranquiliza el corazón de Moisés y le comunica que ya habían fallecido los que lo perseguían para matarlo. Así que él preparó a su familia y emprendieron el regreso a la tierra que lo vio nacer. En su mano estaba el arma que Dios le había dado: una vara que sería un recordatorio visible del poder de Dios. Partía también con la garantía de que Dios le daría el apoyo de su hermano Aarón. Él sería su vocero ante el pueblo y ante el faraón.

Varias décadas habían transcurrido. Sería lógico pensar que la familia de Moisés lo había dado por muerto o que fuera solo un recuerdo lejano. Pero Dios, que estaba detrás de todo el plan, preparó el corazón de Aarón y lo envió al encuentro de Moisés antes de que llegara a Egipto.

La tarea no iba a ser nada fácil. No estaban enfrentándose a cualquiera porque se trataba del mismísimo faraón de Egipto. Sin embargo, las palabras de Dios a Moisés nos revelan la verdadera naturaleza de este encuentro:

«Cuando vuelvas a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano. Pero Yo endureceré su corazón de modo que no dejará ir al pueblo. Entonces dirás a Faraón: “Así dice el Señor: ‘Israel es Mi hijo, Mi primogénito. Y te he dicho: “Deja ir a Mi hijo para que me sirva”, pero te has negado a dejarlo ir. Por tanto, mataré a tu hijo, a tu primogénito’”» (Ex. 4:22-23).

Lo que sucedió a partir de ese momento mostraría no solo a Faraón, sino a Israel quién era Dios y que toda esta historia trata de Su gloria. Comenzó una batalla que tuvo momentos de dudas tanto en Moisés como en los israelitas. La opresión por parte de los egipcios arreció hasta hacerse insoportable. El pueblo se sentía desalentado y no querían escuchar más a Moisés. Él cuestionaba a Dios, frustrado ante lo que parecía una misión imposible. Pero Dios, una y otra vez, le repetía las mismas palabras y confirmaba Su promesa:

Él actuaría,

Él estaba con ellos.

La batalla no comienza con armas sino con plagas. Faraón, con un corazón endurecido, trataba de imitar lo que Dios hacía al convocar a sus magos para que replicaran las plagas. Sin embargo, los mismos magos o adivinos tuvieron que reconocer que se trataba del «dedo de Dios» (Ex. 8:19). A pesar de todo, la actitud del gobernante no cambió. Aunque las plagas eran cada vez más abrumadoras, no dejaba salir al pueblo. Así vieron las corrientes del Nilo convertirse en sangre y lo mismo sucedió con cada arroyo y depósito de agua. Fueron invadidos por ranas, piojos, insectos, enfermedades que mataron todo el ganado, úlceras que afectaron a hombres y animales, destructora lluvia de granizo, langostas que comieron las pocas plantas y árboles frutales que habían quedado después del granizo y tinieblas que ocuparon la tierra por tres días. Todas estas calamidades afligieron a los egipcios mientras el corazón de Faraón seguía endurecido; pero el Señor preservó a los suyos. No solo los preservó, sino que «hizo que el pueblo se ganara el favor de los egipcios» (Ex. 11:3). Hasta Moisés gozaba[i] de buena estima en el país, aun entre los que servían a Faraón y a los ojos del pueblo.

Así llega el anuncio de la décima y última plaga. Si hasta el momento toda esta batalla les había parecido a los egipcios una pesadilla, les aguardaba una más fuerte. La muerte azotaría su tierra y el dolor llegaría a cada familia, grande o pequeña, rica o pobre, en el palacio y en el hogar más humilde. Dios estaba a punto de liberar a Su pueblo y los egipcios serían testigos de Su poder como nunca había sido visto. El primogénito tanto de hombres como de animales moriría, pero la muerte no tocaría las casas de Israel. ¿Será que esto cambiaría a Faraón? Eso estamos por verlo.

Moisés recibió instrucciones para el pueblo en cuanto a cómo sería esa noche (Ex. 11). Cada familia hebrea celebraría una cena especial con un cordero preparado con hierbas amargas y pan sin levadura. Lo harían vestidos y con las sandalias puestas para simbolizar que estaban listos para partir. No sería una cena tranquila sino apresurada. Esta celebración llevaría el nombre de Pascua3 y se convertiría en una celebración perpetua para Israel. Pero hubo una instrucción más que implicaba un significado excepcional. Ellos debían colocar la sangre del cordero en una vasija y entonces:

«… tomarán un manojo de hisopo, y lo mojarán en la sangre que está en la vasija, y untarán con la sangre que está en la vasija el dintel y los dos postes de la puerta. Ninguno de ustedes saldrá de la puerta de su casa hasta la mañana. Pues el Señor pasará para herir a los egipcios. Cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes de la puerta, el Señor pasará de largo aquella puerta, y no permitirá que el ángel destructor entre en sus casas para herirlos» (Ex. 12:21-23).

Es muy probable que en ese momento no lo comprendieran, pero Dios estaba estableciendo un principio que rige toda la historia de rescate y redención: sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Alguien tiene que pagar el precio del pecado porque un Dios justo y santo no puede dejar el pecado impune. Aquel cordero sin mancha e inocente, cuya sangre marcaba los postes de los israelitas, apuntaba a otro Cordero que habría de venir. Al mismo tiempo, en esa noche fatídica para Egipto, el Dios de Israel recordó a los suyos, una vez más, que Él es «Dios con nosotros».

El ángel destructor recorrió el día señalado las ciudades y campos de Egipto. No quedó un lugar donde la muerte no dejara su huella. El clamor desesperado de todos los egipcios llenó el silencio de la noche. El faraón también sufrió la muerte de su primogénito y fue solo después de este terrible suceso que mandó a llamar a Moisés y a Aarón y les dio órdenes de salir junto con toda su gente, su ganado y sus posesiones. De hecho, la gente del pueblo entregó a los israelitas oro, plata y vestidos.

Les dieron todo lo que les pedían y les suplicaron que se fueran por temor a que todavía más muerte azotara su país.

Fue así como, 430 años después de su llegada a Egipto, Dios sacó a Su pueblo, tal y como había prometido a Abraham (Gén. 15:13). Porque todo lo que Dios promete, LO CUMPLE.

Moisés los guiaría para llevarlos a la tierra prometida. Frente a ellos se extendía una larga travesía por el desierto, pero Dios estaba con ellos. Su presencia los acompañaba de día y de noche (Ex. 13:22). Por fin parecía que Faraón —aquella personificación de la serpiente malévola con todo su odio y opresión— había quedado atrás.

 

APLICACIÓN TEO


¿Qué es lo que más te ha impactado de lo leído durante esta primera semana?

¿Podrías resumir cómo Dios ha mostrado hasta aquí que Él es «Dios con nosotros»?

3. La palabra Pascua viene de la palabra hebrea pesah que se podría traducir como «pasar por alto» o «no tomar en cuenta».

Oh ven, Emanuel

Oh ven, oh ven, Rey Emanuel,

rescata ya a Israel,

Que llora en su desolación

y espera su liberación.

Vendrá, vendrá

Rey Emanuel,

Alégrate, oh, Israel.

Anhelo de los pueblos, ven;

en ti podremos paz tener;

De crueles guerras líbranos,

y reine soberano Dios

Vendrá, vendrá

Rey Emanuel,

Alégrate, oh, Israel.4

 

4. Himnario Bautista, N.º 54 (El Paso, TX: Casa Bautista, 1978).

 

 

 

 


[i] LIFE WAY / TG

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Giovanni A. Bermúdez Quijano
Giovanni A. Bermúdez Quijano
Dec 07, 2024

Una recorrido, que desnuda el reiterativo plan de Dios por captar nuestra atención y corazón!

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